Vivimos en días en los que asistimos a un verdadero cambio de época y no simplemente una época de cambios.
Los rasgos culturales de la posmodernidad que comenzaron a plasmarse a mediados del siglo XX, han visto en la tecnología (especialmente las vinculadas a la comunicación e información) un agente acelerador. No es difícil pensar que las futuras generaciones miraran la veintena de años que transitamos como un proceso histórico, de profundas transformaciones culturales principalmente apalancados por la tecnología y sus posibilidades.
Recientemente, a causa de las medidas de distanciamiento social relacionadas a la pandemia de Covid-19, hemos presenciado el proceso de adopción tecnológica más grande de la historia, en donde inmensas cantidades de seres humanos se vieron forzados a utilizar nuevas tecnologías para continuar con sus actividades económicas, educativas o personales.
Ciertamente lo digital, es decir las comunicaciones relacionadas a internet y sus correlativos procesos de programación y diseño, son transversales a todas las actividades humanas. Cada vez son más notorios los beneficios que incorpora a la productividad. No hay industria que no esté llamada a asumir el cambio tecnológico para poder crecer hoy y en el mediano plazo para subsistir. Esa transversalidad implica repensar procesos ya sean tangibles o intangibles. Robotización e inteligencia artificial son una realidad que va cubriendo cada vez más aspectos.
La velocidad en la que se producen estas transformaciones, requieren profundos cambios en la educación. Y no sólo en materia de contenidos, ya que la misma revolución tecnológica ha generado nuevas posibilidades y al mismo tiempo ha transformado profundamente los hábitos intelectuales de las personas en general y en particular de los más jóvenes.
Mientras tanto, América Latina se enfrenta a varios problemas relacionados a esta coyuntura. Primero, lograr que sus industrias adopten las tecnologías que les permitan ser competitivas frente a sus competidores del primer mundo.
En segundo término, resolver las grandes desigualdades en el acceso a la tecnología que existen en su población. Las brechas sociales y geográficas marginan a muchas personas de la posibilidad de formarse en nuevas tecnologías.
En tercer lugar, lograr políticas de Estado que favorezcan la educación digital, apartando el sesgo ideológico y político que impide la regularidad y continuidad de programas de formación en la región. Luego, adecuar sus aspectos jurídicos para favorecer la adaptación a esta serie de cambios que son inexorables. Finalmente lograr que el mercado y las finanzas abonen por medio del crédito la expansión de los agentes de innovación.
En la última edición del índice mundial de innovación -Global Innovation Index 2020, elaborado por la Organización Mundial de Propiedad Intelectual- debemos aguardar hasta el puesto 54 para encontrar a Chile, el primer país latinoamericano.
Existe una desproporción entre las posiciones de los países de nuestra región en cuanto a PBI en comparación a los índices de innovación mencionados.
Nuestras comunidades siempre se hallan por debajo en el índice de innovación en relación a su posición en el índice de PBI. Así, por ejemplo Argentina, que tiene el PBI número 27 en el mundo, es 80 en innovación. Brasil, que es la novena economía mundial, es la 62 en el otro orden. Perú con PBI número 48, es 76 en innovación.
Esta correlación tiene que ver directamente con las inversiones en I+D, los ecosistemas emprendedores y la educación. De todos los recursos a nivel global invertidos en investigación y desarrollo de nuevos productos, sólo el 2,4 % se invierte en América Latina. Mientras que el 37,5 % por ciento de la investigación mundial se invierte en los Estados Unidos y Canadá, el 32,1 % por ciento en la Unión Europea y el 25,4 % por ciento en Asia.
A pesar de esa situación, la revolución digital aporta a los profesionales latinoamericanos la posibilidad de posicionarse en el mercado de la economía del conocimiento aunque sus países no hayan sido los más adelantados en los procesos de industrialización propios del siglo XX (Oppenheimmer, Andres. [2014] Crear o morir, Barcelona: Ed. Debate).
Esto que se da a nivel profesional y personal, debería desarrollarse al nivel de las empresas, en donde el beneficio para los países de latinoamérica sería mucho mayor.
Frente a la cuarta revolución industrial, las comunidades latinoamericanas tienen la ventaja de formar un enorme bloque idiomático y cultural que implica a priori un gran mercado para sus empresas, dado que hoy para el mundo de la información las fronteras geográficas son menos importantes que las culturales.
Al mismo tiempo -como amenaza- de no aplicar las transformaciones necesarias, existe la posibilidad de que los países de la región queden definitivamente relegados a la extracción de materias primas y a ser meros “mercados” en el concierto de la economía del conocimiento.
Será necesaria entonces la complementación de políticas de Estado conjuntamente con la esfera privada, trabajando en educación, incentivos a la economía del conocimiento e infraestructura en la conectividad, y todo esto sin desatender las grandes desigualdades económicas y de accesibilidad existentes en el continente.
Ante tal coyuntura que combina oportunidades y peligros, y reconociendo la complejidad y los plazos en los que estos cambios pueden darse pero, al mismo tiempo alertados sobre la necesidad de ser ágiles y solícitos en realizar un cambios significativos, Fundación Adveniat busca realizar su aporte desde la educación tecnológica, relacionando los sectores públicos y privados en beneficios del conjunto de la sociedad.